La etiqueta de “orgánico” en un
producto, especialmente un alimento, se ha convertido en una fórmula
mágica que nos hace sentirnos bien al tiempo que gastamos dinero extra
para obtener un bienestar prometido. Sin embargo esta industria, la de
la comida orgánica, al menos en su versión de supermercado, se ha
convertido en una enorme fantasía cooptada por las grandes corporaciones
de las cuales supuestamente huyen las personas que compran productos
orgánicos.
En una lógica perversa el negocio parece
ser redondo. Primero grandes corporaciones, del llamado Big Food,
llenan los alimentos de aditivos, conservadores y demás “químicos” que
contaminan la salud de los consumidores; se crea un movimiento de
conciencia en torno a estos alimentos y se genera una industria que
busca salvaguardar el bienestar del consumidor produciendo alimentos a
la vieja usanza, manteniendo un estándar de calidad. Se populariza el
término orgánico, un tanto difuso, para significar aquellos productos
que no involucran métodos de producción moderna tipificados en el uso de
pesticidas, fertilizantes químicos y modificación genética–en general
que no dañan a los animales y al entorno en el que lo producen. Una
especie de purismo ideológico que alimenta. Los químicos son los enemigos –aunque por supuesto todo organismo es químico naturalmente.
Buscar alimentarse sanamente y romper
con la cadena alimenticia que controlan las grandes corporaciones,
regresar a los pequeños productores y otorgarle ese valioso coeficiente,
perdido en el proceso industrial, de hacer los alimentos con una
intención de nutrir (“hecho con amor” es el slogán favorito), parece
algo no solamente positivo sino incluso parte de la evolución humana.
Sin embargo, ya sea por los invasivos y malignos tentáculos de las
grandes corporaciones o por la ingenuidad del consumidor que lo que
compra generalmente son ilusiones que satisfacen su producción de
dopamina y reafirman cómodamente lo que quiere que sea la realidad, en
muchos casos esta moda de alimentarnos de productos orgánicos no es más
que un plácido y frívolo (aunque sea bienintencionado) autoengaño. Y
ahora son las mismas compañías, que producen o producían alimentos
casi venenosos, las que promueven los alimentos orgánicos, enarbolando
un nuevo mito de comunión edénica a partir del poder inmaculado de la
comida no alterada por los procesos industriales de la modernidad: un
regreso a natura.
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